Uno de los errores graves
de nuestra generación
fue poner a la ironía
en el pedestal de los recursos.
En el brillo de ese puchero
fermentaron podios morales,
intelectuales y sociales.
Nadie se rescató,
calladita,
la frivolidad nos rompió la jeta.
Y acá estamos:
riéndonos de todo,
con una tristeza insoportable.