Piglia

Ricardo Piglia

Leer a Piglia, interpretar a Piglia, releer a Piglia, reivindicar a Piglia. Incluso, querer a Piglia como se quiere a un amigo que, pese a la distancia o a la poca frecuencia de los abrazos, sabemos que siempre está, que siempre estaremos. Esa reciprocidad que no se exige ni se simula. Esa sensación que se transforma en una coyuntura atemporal de los sentimientos. Así de básico. Digo querer a Piglia porque es lo mismo que querer a la literatura. El entusiasmo descomunal que genera el Piglia lector. El que más admiro, el que piensa para que pensemos con él, el que no le pone condiciones al pensamiento. Piglia invita, ofrece, es un anfitrión notable de la palabra. Qué impresionante. Leo a Piglia cuando estoy triste, cuando estoy contento. Leo al Piglia lector, al escritor, al crítico, al docente. Siento que me voy a cruzar a Renzi frente al Almagro Boxing Club o que Beatriz Viterbo se va a enamorar de Erdosain. Amo esos momentos en los que no distingo ni la ficción ni la realidad. Amo sentirme parte de una ostranenie bonaerense. Eso es Piglia. El distanciamiento perfecto para acercamos a la lectura. No sólo como hábito, sino como identidad, como hecho inalterable del deseo. Porque en tiempos tan oscuros, tener la obra de Piglia cerca también es un modo de contribuir al rechazo absoluto de lo siniestro. Igual que debatir lo terrible que todavía no pasó, disentir, detestar la obsecuencia, contradecirnos hasta la médula, pero hacer el ejercicio y tener paciencia para el resultado, mirar más acá, quiero decir, igual que jugar un fulbito 5 y terminar a la medianoche, igual que un guiso de miércoles para organizar una celebración de lo que sea, igual que invitar a alguien al cine con 2×1. Ese tipo de proezas. Administrar el impacto de buscar la calma y el movimiento, defender la cultura popular argentina, no permitir que nos alejen de nuestra orilla, tener la convicción colectiva de no ceder, aunque cueste horrores, aunque la crueldad parezca una virtud de lo práctico: que la confusión jamás nos deje imparciales.

En fin. Que viva Piglia y su insistencia empedernida para compartir el pensamiento. Después, ya sabemos, el corazón se encarga de todas las circunstancias.

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